Hubo un tiempo en que escribíamos a los amigos y familia con nuestro puño y letra. Sabíamos reconocer la letra de nuestra gente e incluso guardábamos las postales que nos llegaban. Solíamos sentarnos en los cafés extranjeros a rellenarlas y aprovechábamos los recorridos a pie para ir buscando un buzón al mismo tiempo. Escribir en el dorso de la postal consistía en encontrar las palabras perfectas para hacer llegar un poco de aquel viaje. La comunicación era poca y por tanto valiosa. Escribir postales es un acto físico, lleva un tiempo del que pocos quieren disponer. Y hoy en día es un formato original para escribir un mensaje conciso y personal. Aquí somos muy de escribir postales, porque siempre hay algo que contar: exposiciones, personas inspiradoras, costumbres centenarias..., y como siempre cuando visitas un lugar que no es el tuyo, te hace cuestionar lo que eres y conoces.